Aunque te duela, aunque lo anheles con todas las
fuerzas de tu alma, no puedes regresar a casa. El camino que iniciaste no tiene
retorno, y aunque la vida te devuelva al punto de inicio, tú ya no serás el
mismo, todo aquello que conociste habrá cambiado.
Los lugares que una vez amaste se irán diluyendo con
el paso del tiempo y no volverán. Las personas que te amaron se quedarán
abrazadas a tu recuerdo, pero aquellos momentos que las convirtieron en seres
únicos se desgastarán.
No puedes regresar a casa porque su lugar será
ocupado por una estructura increíblemente parecida al hogar en el que creciste.
Tu cama ya no será tu cama, será un estrecho colchón para pasar la noche y tus
libros se convertirán en un montón de retazos de papel que dieron vida a la precaria
maquinaria de tus ideas.
Las palabras vertidas sobre el papel en noches de insomnio
ahora serán sosas y ridículas. Quemarás la esperanza del amor idílico a fuego
lento y lo avivarás a ratos arrojando trozos de recuerdos que compartiste con
ella, hasta que las llamas de la racionalidad la consuman por completo.
Verás con tristeza que tus amigos ya nos aquellos
con los que creciste, amaste, perdiste y ganaste. El sol calentará de forma
diferente, la lluvia será fría y ruidosa. Tu viejo amor de la escuela caminará
de la mano con su hijo, pero ya no pensarás que pudiste ser tú su padre. El
sonido de las aves será como el de cualquier lugar. Ya no será más tu hogar.
Caminarás por la calle y verás a las personas que
nunca dejaron el barrio y pensarás en todo lo que se han perdido. Andarás por
la acera no con un sentimiento de superioridad, sino con un sincero
agradecimiento, le darás gracias al destino por dejarte caer y soñar entre
aquellos caminos de asfalto.
*Texto inspirado
en You can't go home again, de Thomas Wolfe