Culminar una obra con lógica y armonía, bañada con sabiduría
y curtida bajo las normas apropiadas, sin lugar a dudas fatiga al autor, lo
agota, lo calcina.
Utilizar una táctica osada dificultaría dicha labor y podría
trastornar al dramaturgo, lo lanzaría a un abismo oscuro y sin fondo, incluso
lograría trastocarlo y así abandonaría la loca convicción con la cual inició la
narración.
Montar sin pánico una vicisitud así haría claudicar a la
mayoría, los haría huir y tiritar. Sólo un húsar capaz, bravo y osado lograría
consumar dicha labor.
Con calma y tranquilidad, dicho húsar plantará y bañará con
convicción un diminuto grano forrado con ilusión y optimismo hasta dar a luz un
fruto lozano y único. Sólo así saldrá victorioso, sólo así aniquilará sus
fallas, sólo así avanzará por insólitos caminos con más sabiduría.
Un autor nacido húsar surcará sin pavor un vasto mar
tapizado con hojas blancas. Iniciará su labor sin apuro, calmo, frío. Soportará
la vacilación y la duda, domará a las palabras y jamás otorgará a sus fantasmas
una garra mayor a la suya.
Los dramaturgos arbolan una sola consigna: blandir la pluma
para trastocar las almas y así cambiar al mundo poco a poco. Como hábil
taumaturgo, da forma a mundos, vidas y criaturas fantásticas usando sólo sus
palabras.
Domina lo arcano y lo profano, lo vulgar y lo divino. Al
alma sumisa, la aviva; a la indómita, la apacigua.
Un húsar trabaja con ahínco, sin pausa, para forjar sílaba a
sílaba, palabra por palabra, una obra inmortal.
¿Labor difícil? Sin duda, ¿complicada? muchísimo, quizá
tanto o más como armar una columna sin utilizar la vocal e.
No hay comentarios:
Publicar un comentario